Con dos horas de antelación llegué a Barajas y tras envolver mi mochila en plásticos en una de esas maquinas que hay en los aeropuertos, me dirijí a los mostradores de facturación. La cola era ya enorme. De pronto me acuerdo. Me había dejado la última dosis de la vacuna de la fiebre tifoidea en casa de unos amigos. ¿Me la traes por favor?
Cuando por fin llego al mostrador ha pasado más de una hora.
– ¿Tiene billete de vuelta?
– No, no vuelvo desde México.
-Pues sin billete de vuelta no puede viajar.
Por suerte, hacía dos días había comprado un billete de Cancún a Chile y tenía un e-mail que lo atestiguaba. Por los pelos.
Y ahora a correr. La señorita del mostrador es clara y concisa. » Corra o no llega». Ufffff Carmen no había llegado con la dosis, salgo a esperarla a la calle. En dos minutos aparece, salgo corriendo casi sin despedirme y vuelo en busca de la puerta R7. Paso seguridad y menos mal, todo OK. Me encuentro a más gente en mi misma situación y eso me tranquiliza. Todos corremos.
Y cuando llego a «meta» acaban de empezar a embarcar y al final el vuelo sale con 40 minutos de retraso. Las cosas de las prisas…
Ya estoy en camino, despegamos, once horas pasan «volando». 😉
Sigo…